El Juego Corporal
Moverse en función de las posibilidades físicas con las que contamos cada persona es una necesidad básica; y en función de estas posibilidades, moverse es placentero o, más bien puede serlo.
A lo largo del día, cuando nos movemos, casi siempre hay una finalidad práctica para ello: alcanzar el vaso de agua, cortar leña, practicar algún deporte, ejercicios posturales desde diferentes disciplinas, andar una hora al día porque…a esta edad ya…
En cualquiera de estos casos hay un objetivo externo al cuerpo. Es el cuerpo movido por una decisión de la mente.
No solo me parecen beneficiosas estas actividades, sino que sabemos, gracias a los estudios neurológicos sobre ello, que son básicas para mantener nuestra salud física y mental.
Pueden resultar placenteras porque, de una u otra manera, están satisfaciendo necesidades, pero en ocasiones, el placer resulta algo subsidiario del objetivo, o incluso desaparece.
¿Qué ocurre en un lugar, en unas condiciones, en las que podemos movernos solamente por el placer de hacerlo?
Me refiero a un lugar en el que no se imponen objetivos y, por lo tanto, no hay resultados; en el que no existe “bien o mal”, ni modelos, en el que no es necesario hablar de cómo nos hemos sentido porque estamos sintiendo nuestro cuerpo más allá de la estética, al margen de la reflexión o de tener que dar la talla. Simplemente un cuerpo en movimiento. Jugar por el placer de hacerlo.
Una de las diferencias que planteo con lo que vivimos en el cotidiano es esta característica de gratuidad, de que lo que se hace aquí “no sirve para nada” y lo escribo entre comillas porque el hecho de que no existan objetivos es justamente la fuente de sus beneficios: placer, conexión, aprendizaje profundo y significativo, autonomía e interdependencia, expresión, pertenencia…y una larga lista respecto al cuidado de las necesidades humanas.
Este es el planteamiento inicial del taller de movimiento: un lugar en el que poder jugar con el cuerpo sin presiones, sin juicios sobre él y sin una mirada que interpreta; en el que no hay un programa que seguir ni nada que enseñar, pero sí mucho que aprender. Un aprendizaje que inevitablemente se adquiere, no por enseñanza sino por pura investigación, desde el placer, el interés y la necesidad.
El motivo inicial de la creación del taller de movimiento, o al menos el más consciente hace treinta años, tiene que ver con mi necesidad de aportar este espacio a las niñas y niños con quienes en aquel momento trabajaba en la escuela; y de ahí, se concretó en lo que viene siendo desde entonces. Con la perspectiva que he adquirido a lo largo de estos años, puedo ver que la práctica en este espacio me ha permitido y me sigue permitiendo conectar profundamente con mis propias necesidades de juego, movimiento y placer.
Cada jueves se reúne un grupo de entre ocho y quince personas, en una sala vacía en la que no hay ningún tipo de distracción ajena a lo que va a suceder, sin ventanas al exterior, sin imágenes, ni espejos. Solo música y telas.
No hay ningún tipo de consigna inicial ni sugerencia.
Hacer una propuesta de juego, parte de la idea de que las personas necesitamos sugerencias para jugar.
Todas tenemos intereses y capacidad para investigar y aprender por nosotras mismas. Una propuesta externa, aleja de las propias necesidades.
Cada persona entra al taller y directamente empieza a jugar, usando el material o simplemente su cuerpo, en un espacio físico y sonoro, en el que la música está presente durante la hora y media que dura la sesión.
Este juego con el cuerpo sucede en unas condiciones cuidadas minuciosamente, en las que Jugar es posible.