Sobre Rachel Carson | «El sentido del asombro»
Durante el curso de historias que hicimos en Bilbao hace un tiempo, expuse unas ideas en torno al mundo de la imagen en el que los niños están inmersos hoy, y los demoledores efectos que tiene sobre su capacidad de imaginar la sobre-exposición a la avalancha de imágenes a que se ven sometidos.
Reflexionábamos sobre la manera de posibilitarles la elaboración de sus propias imágenes, a través de un largo período de años, y desarrollar su sentido crítico frente al mercado. Y al hablar de la necesidad de contarles y leerles, aludía a la literatura de tradición oral por supuesto, pero también a la literatura de todas las épocas, a la historia, al cómic, al libro ilustrado, al cine…
Entonces, alguien expresó su sensación de incapacidad para acompañar a sus hijos en un largo y complejo proceso similar al que se había descrito, debido a su supuesta incultura. Alegué que el conocimiento se adquiere, sobre todo, cuando se ve necesario y a medida que se desea adquirirlo. Cuando tenemos hijos, casi siempre robando horas al sueño. Ahora bien, tengo la seguridad, de que no han sido nuestros conocimientos precisamente lo que nos ha permitido a Vega y a mi asistir a nuestras hijas en sus “derivas personales”, pero la respuesta completa no podía darla ya que no la tenía, y a Vega le ocupa todo un fin de semana poder darla. Sin embargo sabía que algo importante me dejaba en el tintero.
Días después, revisando los textos que para mí son claves en algún aspecto y que releo de vez en cuando, recordé la parte de la respuesta que había olvidado. Estaba en un pequeño libro, en realidad un artículo, de 39 páginas, de las que diez constituyen el prólogo.
Su título es “El sentido del asombro” escrito por Rachel Carson y publicado por Ediciones Encuentro, y es de agradecer la excelente traducción y el prólogo de M.ª Ángeles Martín R-Ovelleiro del que tomo datos y frases.
Rachel Carson es la autora de “La primavera silenciosa” publicada en 1962 y origen de la preocupación por la protección del medio ambiente y de todo el movimiento ecologista.
En el “Sentido del asombro”, escrito con sencillez y sensibilidad, Rachel Carson nos cuenta cómo acompañó a su sobrino Roger -a quien adopta al quedarse huérfano- al encuentro de la naturaleza; los bosques y el mar de Maine. En el prólogo se nos explica:
No tenía ninguna pretensión de enseñar a su sobrino (de veinte meses) toda su ciencia o clasificación taxonómica. Quería simplemente que surgiera el “wonder”. Esta palabra que en inglés tiene una doble acepción, la de sorprenderse y la de preguntarse.
Pero leed lo que escribe:
Una tormentosa noche de otoño cuando mi sobrino Roger tenía unos veinte meses lo envolví con una manta y lo llevé a la playa en la oscuridad lluviosa. Allí fuera, justo a la orilla de lo que no podíamos ver, donde enormes olas tronaban, tenuemente percibimos vagas formas blancas que resonaban y gritaban y nos arrojaban puñados de espuma. Reímos juntos de pura alegría. Él, un bebé conociendo por primera vez el salvaje tumulto del océano. Yo, con la sal de la mitad de mi vida de amor al mar en mi. Pero creo que ambos sentimos la misma respuesta, el mismo escalofrío en nuestra espina dorsal ante la inmensidad, el bramar del océano y la noche indómita que nos rodeaba.
Así comienza “El sentido del asombro”.
Más adelante precisa:
Para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, sin contar con ningún don concedido por las hadas, se necesita la compañía de al menos un adulto con quien poder compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos.
(…)
Los padres a menudo tienen un sentimiento de incompetencia cuando se enfrentan por un lado con la impaciente y sensitiva mente de un niño, y por el otro con un mundo físico de naturaleza compleja, una vida tan diversa y nada familiar, que parece imposible reducirlo para ordenarlo y conocerlo. Bajo este estado derrotista, exclaman “cómo es posible que enseñe a mi hijo sobre naturaleza, si no sé ni siquiera distinguir un pájaro de otro”. Yo sinceramente creo que para el niño, y para los padres que buscan guiarle, no es ni siquiera la mitad de importante conocer como sentir.
(…)
Si los hechos son la semilla que más tarde producen el conocimiento y la sabiduría, entonces las emociones y las impresiones de los sentidos son la tierra fértil en la cual la semilla debe crecer. Los años de la infancia son el tiempo para preparar la tierra… Es más importante que darle un montón de datos que no está preparado para asimilar.
Lo he leído seis o siete veces y en todas ellas he vuelto a encontrar, fresca y profunda, la voz de Rachel. Y se que ya no podré dejar de leerlo de vez en cuando, pues se ha incorporado al grupo de textos en los que encuentro sabiduría y permanente inspiración. Gracias Rachel
Por Miguel Castro
Fotografías e imágenes de "Espores.org", "ztfnews.wordpress.com" y unplash