Vínculos y comunicación
Una mañana, desayunando en Gijón, antes de empezar un curso sobre los procesos de aprendizaje, pensaba en mi padre pero sobre todo, en mi dificultad para conectarme con sus silencios y vi con claridad que gracias a ellos estaba allí.
Siempre me ha importado mucho “eso” que hay detrás de un silencio, de las palabras no dichas porque quizás ni siquiera son palabras, eso que hay en los gestos, a veces mínimos, casi invisibles pero que yo quería reconocer.
Siempre he tenido una necesidad intensa de conexión. Por eso estaba ahí sentada esperando a que llegara la hora de empezar. Y solo desde ahí, puedo y quiero trabajar.
Aquella mañana, no recuerdo como lo puse en palabras pero comencé hablando de esto.
Laura Díaz, que organizaba aquel encuentro y a la que estaré siempre agradecida por la puerta que me abrió, en el descanso me dijo: “Tú conoces a Marssall Rosenberg”. No lo conocía y fue ella quien me regaló su libro que está en mi escritorio desde entonces.
Cuando me pongo a escribir empiezan a venir a mi mente, como si fueran personajes de una novela, personas como Laura en este caso, situaciones, conversaciones y esos vínculos me resultan inseparables de lo que pienso, de lo que digo y de lo que hago, fruto de ese pensamiento.
Creo que lo que hacemos, aquello a lo que nos dedicamos, con quien nos relacionamos, lo que pensamos, todo, tiene una relación enorme con la existencia o ausencia de determinados vínculos.
Puede que esté obsesionada con este tema y todo lo lea con estos anteojos.
¿Realmente hay algo de esto que pienso o estoy generalizando de forma errónea?
No lo sé pero en cualquier caso, quiero compartir, hablar, escarbar sobre la forma en que construímos y sostenemos nuestros vínculos, para que la vida resulte un poco más ligera y amable.
De ninguna manera trataría jamás de evitar los conflictos, no va de eso, los conflictos son la prueba de que seguimos evolucionando, de que nadie está sometido, de que existe relación en crecimiento.
La cosa va de encontrar maneras de integrar el conflicto como algo inherente a vincularnos sin perder conexión.
Aunque sabemos que el lenguaje verbal no es la única herramienta con la que nos comunicamos, ni tampoco la fundamental, las palabras son fuente de gran desconexión.
Esto es porque detrás de las palabras, se esconde lo que sentimos y lo que necesitamos a pesar de que, la mayoría de las veces, no somos conscientes de ello.
Hacer conscientes lo que hay detrás de las palabras nos permite utilizarlas a favor del encuentro.
Utilizamos palabras desde la exigencia, desde el juicio hacia la otra persona, en lugar de encontrarnos con nuestra vulnerabilidad y pedir con claridad aquello que podría cuidar de nuestras necesidades. Esto irremediablemente hace que la otra persona se aleje, que pierda, si lo tenía, el deseo de colaborar con nosotros.
Por un lado, tememos mostrarnos transparentes porque confundimos vulnerabilidad y transparencia con debilidad y ¡nada más alejado de la realidad!. Por otro lado, establecemos vínculos, muchas veces, desde la idea de que es “el otro” quien puede y debe satisfacer nuestras necesidades.
La autonomía para cuidar de lo que necesitamos, nos hace libres y esto, a su vez, nos permite poder relacionarnos sin exigencias.
Merece la pena, creo, empeñarnos en construir otra forma de relacionarnos, en la que mis necesidades no tengan que estar enfrentadas a las del otro, porque jamás hay un conflicto de necesidades, el conflicto está en las maneras que elegimos para cuidar de ellas.